
Por: Dr. Luko Hilje Quirós (*)
Desde hace varios años, y sin prisa alguna, me he dedicado a recopilar información de carácter genealógico para, algún día, escribir y legar a mi hija un texto con la historia de sus ancestros. Señalo esto, porque en mis búsquedas me he interesado mucho por el apellido Figueroa, que mi suegra porta en segundo lugar.
Ella es nieta de don Clodomiro Figueroa Candanedo quien, entre otras cosas, fue jefe político de Esparza, gobernador de Puntarenas, diputado y senador de la República. Nieto de Tomás Cipriano de Mosquera y Arboleda -célebre tirano colombiano-, llegaría desde Chiriquí con Aníbal, su único hermano, para establecerse en Costa Rica. De ellos, cuyos restos reposan en el cementerio de Esparza, se originó una de las estirpes de Figueroa presentes en el país.
Hasta ahora no he detectado conexiones con las otras estirpes, aunque posiblemente las haya en los arcanos del tiempo, en la antigua España. Porque, por ejemplo, uno de estos linajes se originaría con Antonio Figueroa y Álvarez, quien a inicios del siglo XIX llegara desde las Islas Canarias para, con la cartaginesa Ramona Estefanía Oreamuno y Jiménez, fundar una prole de la que dos hijos sobresaldrían en la vida política y cultural de dicho siglo: Eusebio y José María.
Eusebio, cartaginés de nacimiento y casado con Cristina Espinach Bonilla -sus restos reposan en el vistoso mausoleo de dicha familia, en el cementerio de Cartago-, era abogado. Político notable, tuvo una vida pública muy activa y destacada pues, entre otras cosas, fue profesor y rector de la Universidad de Santo Tomás, director de la Gaceta Oficial y de la Imprenta Nacional, primer presidente del Colegio de Abogados de Costa Rica, ministro plenipotenciario en El Salvador e Inglaterra, fiscal, magistrado y presidente de la Corte Suprema de Justicia y, en diferentes períodos, secretario de las carteras de Gobernación y afines, así como de Relaciones Exteriores y afines, y hasta presidente de la República (como interino, en mayo de 1869).
En uno de los episodios más lamentables de nuestra historia, pues conduciría a la fatal desaparición de dos preclaros ciudadanos e intelectuales, moriría el 11 de agosto de 1883 en un duelo de honor ante el reconocido abogado, diplomático e historiador León Fernández Bonilla (sic) (Badilla) -padre del también historiador Ricardo Fernández Guardia-, y a quien debemos la oportuna y certera fundación de los Archivos Nacionales. Como revancha, cuatro años después don León era asesinado por Antonio Figueroa Espinach, hijo de don Eusebio.
Sin alcanzar la notoriedad cívica y política de éste, el destino tenía reservadas sendas menos rectilíneas a su hermano José María, siete años mayor que él, y nacido en 1820 en Alajuela, por una coyuntura familiar; eso me hace dar cierta validez a la jocosa y magistral síntesis que alguna vez hiciera de manera pública el amigo José Néstor Mourelo, a propósito de la diferencia esencial entre nacer piñuela o papero. Porque, hombre intrépido, atrevido, temerario, iconoclasta y transgresor, los pocos que han estudiado su vida han recurrido a términos como díscolo, controversial, excéntrico, loco, creativo y aventurero para tratar de caracterizarlo, con mucho de verdad pero quizás aún insuficientes para valorar a cabalidad su curiosa personalidad y su legado.
José María Figueroa Oreamuno y su Álbum
La verdad es que yo no sabía nada de él, con excepción del famoso “Álbum de Figueroa”, ejemplar único y bajo custodia en los Archivos Nacionales, el cual nunca he intentado siquiera solicitar, pues entiendo que su préstamo está vedado al público. No obstante, hace apenas tres semanas, rebuscando en el polvoriento cajón de una compraventa capitalina, di con una versión sintética de dicho álbum -y por la módica suma de mil colones-, intitulada “El Álbum de Figueroa. Viaje por las páginas del tiempo”, publicada en 2001 en conjunto por el Ministerio de Cultura y los Archivos Nacionales. Impresas en papel cuché, esas casi 60 páginas pletóricas de imágenes selectas, trazadas por Figueroa -mapas, personas, costumbres, rituales y hasta un árbol genealógico- y acompañadas por textos explicativos, son la más palpable evidencia de los riquísimos testimonios de tan prolijo narrador de muchos aspectos ignorados de nuestra patria.
Asimismo, en esos días, buscando información en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional para un libro que escribo actualmente, en la Gaceta Oficial de 1884 me topé con debates legislativos acerca de si comprarle o no a Figueroa los mapas que él ofrecía vender al gobierno.
Y, para sumar a esas coincidencias, de súbito se anunció la puesta en escena de “Figueroa. Notario de la patria inédita”, de Jorge Arroyo, destacado dramaturgo y profundo estudioso de la vida de dicho personaje, cuya obra recibiera el Premio Nacional de Teatro en 2003.
Amante del teatro -aunque poco conocedor-, sentí gran ilusión por presenciar dicha obra, para ver encarnado al viejo Figueroa, caracterizado por el conocido actor Carlos Alvarado. No obstante, a punto de asistir a la función, me desinflaron el ánimo los juicios de los reputados críticos don Beto Cañas y don Andrés Sáenz quienes, con tecnicismos propios de su oficio, fueron implacables con el montaje, tanto por su contenido como por numerosos aspectos formales. Confieso que casi desistí de ir. Pero, por fortuna, al fin decidí hacerlo, y debo decir que disfruté de una obra que -con algunos actores destacados y convincentes, como Alvarado, Roberto Zeledón, Leonardo Perucci, Miguel Rojas, Marcela Ugalde y Wilberth Salazar, sobre todo- aporta un recorrido elocuente y veraz del tránsito vital del insólito hombre que fue Figueroa.
Como grata sorpresa -por ser yo biólogo y conocedor de sus memorables y perdurables aportes-, emergió la figura del naturalista suizo Henri Pittier, sobriamente representada por Perucci. Desconocía la relación personal e histórica entre estos dos singulares personajes pero -y ahora tengo interés en estudiarla- siendo Pittier el científico que fue, no creo que hubiera dado tanto valor a los hallazgos de Figueroa -como se sugiere en la obra- si no hubieran sido de auténtica valía. Aparte de otras cuestiones, eso me hace poner en duda la tajante afirmación de don Beto Cañas en cuanto a que ni Figueroa ni lo que escribió fueron trascendentales.
Pienso que, en realidad, y a falta de un mejor término en español, Figueroa fue una especie de “outlier” (¿disidente?), vale decir, algo así como ese punto que en un gráfico aparece solito y aislado de toda tendencia principal revelada por un análisis estadístico de datos. Creo que fue un ser humano con un intelecto, sensibilidad y destreza artística privilegiadas, quien vivió en forma libérrima, a contrapelo del entorno anodino y mojigato de entonces. O, en una expresión más popular, un “mal amansado” que “se salió del canasto” para vivir la vida a su manera, reñido con todo formalismo y convencionalismo, y sin temer a las consecuencias de sus actos.
Por ello, el periplo vital de Figueroa amerita valorarse a fondo, para comprender mejor a estos seres excepcionales, y así evitar la intolerancia y la marginación hacia quienes perciben y sienten el mundo diferente de la mayoría. Y, en esa medida, esta obra teatral es más que oportuna y bienvenida, junto con otros esfuerzos que pudieran hacerse -como la deseable publicación de su Álbum- como estímulo para rescatar en toda su vastedad el legado de este inusitado compatriota.
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CRÉDITOS
(*) Autor: El Dr. Luko Hilje Quirós. Escritor, Biólogo, Doctor en Entomología, Profesor Emérito, Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE). Publicado en La Tribuna Democrática, el 15 de julio de 2009.
Imagen: Retrato de José María Figueroa Oreamuno, Salón de los Beneméritos de la Patria, Asamblea Legislativa.
Publicado en el Blog “ESPARZA MÍA” el 23 de setiembre de 2013.
Observación: El Blog “ESPARZA MÍA” y el Proyecto Sociocultural de Investigación, Rescate y Difusión «ESPARZA MÍA» son iniciativas de Marco Fco. Soto Ramírez, Gestor Sociocultural esparzano.